Ayer, en Atenas, Tesalónica, Patras, Volos, Heraclio, Ioannina y otras ciudades griegas, la gente se echó a la calle movilizada inesperadamente por las virulentas redes sociales. Sin duda, la experiencia de España ha servido de acicate, y los griegos lo han reconocido abiertamente. Y en una ciudad habituada a manifestaciones diarias, la de ayer resultó extraordinariamente fresca y nueva: espontánea, masiva, heterogénea, sin color partidista, sin provocaciones violentas, sin gases lacrimógenos, firme y decidida. Ayer estuvimos en Sintagma hasta bien entrada la noche. Y hoy vamos a volver.
Hay muchas razones para salir a la calle, y haré el esfuerzo de enumerar algunas aunque parezcan conocidas y evidentes, porque es sabido que las ideas más progresistas no peligran tanto cuando su defensa resulta arriesgada como cuando resulta tediosa.
Hay que salir a la calle porque nuestros políticos, con la presión y con la connivencia de los monopolios del poder y del dinero, están desmantelando el país y el sistema democrático a espaldas de la ciudadanía.
Hay que salir a la calle porque tenemos que llevar la “crisis” más lejos de lo que esperan quienes la han creado para explotarla en su provecho; porque tenemos que llevarla hasta un verdadero punto de inflexión que rompa el juego; y porque, si no lo hacemos, todos los esfuerzos y sacrificios que se nos exigen “para pagar la deuda” contribuirán únicamente a perpetuar un sistema perverso y nunca a subvertirlo.
Hay que salir a la calle porque lo que aquí ocurre no es una simple crisis de carácter local y pasajero, sino un ataque económico global frente al que es necesario globalizar también la resistencia solidaria.
Hay que salir a la calle para romper el miedo y la inacción, para hablar y escuchar, para inventar nuevos cauces de expresión para la voz de la ciudadanía y para que esa voz pueda llegar a convertirse en acción política.
Hay que salir a la calle para hacer avanzar la democracia, para proponer y defender ideas progresistas que puedan parecer mañana derechos incuestionables.
Hay que salir a la calle porque la democracia en un proyecto in fieri al que hay que ayudar a crecer y cuyas conquistas hay que defender cada día que amanece.
Hay que salir a la calle porque la verdadera revolución de la democracia –y su sentido último– es liberar a los hombres de su condición de simples súbditos y elevarlos a la de ciudadanos, a la de portadores conscientes y activos de la esencia política de la sociedad.
Y hay que salir a la calle porque –no nos olvidemos– la democracia es un frágil sistema basado en la virtud de los ciudadanos, y sin esta virtud el sistema carece de base.
Nos vemos en la plaza.