Acabo de volver de la sede central de la ERT, donde centenares de trabajadores permanecen encerrados desde el martes en actitud de resistencia y emitiendo "clandestinamente" a través de Internet y vía satélite. Todos sabemos que la radiotelevisión pública griega no estaba libre de pecado, pero su cierre autoritario y sorpresivo por parte del primer ministro Samarás la ha convertido de repente en un pálido símbolo de libertad de expresión y democracia: algo que, deontológicamente, todo medio público debería ser, aunque muchos lo hayan comprendido tarde.
La noticia del cierre de la ERT ha hecho saltar de nuevo a Grecia a las portadas de los informativos internacionales, que no pueden creer que un país europeo vea cerrados, de la noche a la mañana, sus servicios públicos de información. Pero lo cierto es que éste no es un hecho aislado, sino un paso más de los que, cotidianamente, da el gobierno griego en la misma línea con autoritarismo, opacidad, procedimientos de emergencia, falta de democracia e incluso inconstitucionalidad, atendiendo al dictado de quienes, desde hace años, gobiernan de facto este país: sus acreedores y la Troika.
En el caso del cierre de la ERT, como en el de tantos otros abusos cometidos hasta hoy, la argumentación del gobierno es retórica vana, en el mejor de los casos, y descarada hipocresía, en el más frecuente. Todo lo que hoy pueda decirse en detrimento de la ERT tiene como más directos responsables a los dos partidos que han estado gobernando durante los últimos cuarenta años y que siempre han procurado hacer de ella un órgano al servicio de sus intereses. ¿Quién la politizó?: los dos grandes partidos. ¿Quién la utilizó para el clientelismo y el nepotismo?: los dos grandes partidos. ¿Quién toleró la corrupción y el despilfarro?: los dos grandes partidos. ¿Quién debería haber investigado y no lo hizo?: los dos grandes partidos. Lo sabe muy bien el propio portavoz del gobierno, Simos Kedikoglou, directivo de la ERT, becado con fondos de la misma para realizar estudios en la CNN, hijo de ministro del PASOK, primo de diputado, diputado él mismo del otro gran partido, y viceministro del actual gobierno de Samarás. Hace apenas un año, siendo responsable de asuntos de televisión estatal, el señor Kedikoglou se rasgaba las vestiduras ante el plan de saneamiento de la ERT presentado entonces por el gobierno de Papadimos, y caracterizaba la propuesta de cierre de la misma entidad que hoy ha cerrado él como "vilipendio de bienes públicos en beneficio de intereses privados y extranjeros". Véanlo en este vídeo de recuerdo y traten de explicarse por qué ha cambiado de opinión.
Nueva Democracia y PASOK han sido durante décadas los responsables directos de la ERT, y ahora son los mismos partidos –y las mismas personas– quienes se erigen en salvadores esgrimiendo argumentos morales y aplicando por procedimientos expeditos las recetas dictadas por los monopolios del poder y del dinero. ¿Hay acaso alguna garantía de que la nueva sociedad anónima con la que el gobierno se propone reemplazar a la radiotelevisión pública (cediéndole valiosas infraestructuras y equipamiento de última tecnología, y manteniendo su financiación a través de un impuesto específico) será más resistente a grupos de presión y servirá mejor al interés común y a la libertad de expresión en el contexto democrático? ¿Alguien puede creerlo de verdad?
Si este desafuero que ha asombrado a la prensa mundial esta semana no sirve como catalizador definitivo para hacer caer a este gobierno y detener su largo plan de expolio y extorsión, pronto sucederá lo mismo con los hospitales, las escuelas, los parques naturales, las semillas... como está sucediendo con el agua, la electricidad, las carreteras, los puertos y los recursos minerales.
Los trabajadores encerrados estos días en el emblemático Radio Megaron de la ERT tienen la sensación de encontrarse de pronto sorprendidos en las trincheras de la democracia, pero se sienten solos, sin apoyo masivo de dentro y fuera del país, y tentados por el murmullo aciago del "sálvese quien pueda". Y muy pronto, si no hacemos un gran frente común, nadie estará a salvo.

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Copyright © Pedro Olalla 2016

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