Esta historia, deliberadamente, no refiere nombres ni apellidos. Pero está claro que los tiene, ¡vaya si los tiene!

Hace año y medio, contratamos a una joven emigrante para que hiciera de niñera de nuestros hijos. Aunque la situación económica es terrible, necesitamos su ayuda para poder trabajar. Venía de Santo Domingo y llegó a Grecia como tantos otros, cruzando a pie una noche el río que la separa de Turquía. Como en la desgracia todavía hay clases, se hizo pasar por somalí para evitar ser deportada. La policía la detuvo en el campo y la soltó días después en el centro de Atenas, en los guetos que los políticos han ido creando y que ahora quieren "limpiar". Nosotros le encontramos una vivienda digna cerca de nuestra casa y le ofrecimos una paga mensual de 560 euros por media jornada. Con eso –cinco veces más de lo que cobraba en su país cosiendo a destajo para una transnacional– ha estado manteniendo a los niños que dejó con sus parientes para venir furtivamente a cuidar a los nuestros.

Pero toda vida necesita horizontes, y ahora nuestra niñera de media jornada se ha ido a probar fortuna a España. Nosotros, apretados también por la situación, decidimos buscar una nueva por menos horas para pagarle sólo 480. Y todo va bien, porque de boca en boca, sin poner siquiera un anuncio, en dos días nos han llamado ocho personas, griegas, desesperadas, dispuestas a cuidar a los niños y a hacer también la casa y la cocina por menos dinero. Nosotros no queremos explotar a nadie. Necesitamos ayuda y, si podemos, queremos ayudar. Y ahora que la niñera emigrante se ha marchado, por el mismo dinero, hemos llamado a alguien que lo necesita, a una puericultora griega, experta pedagoga, que además conoce a los niños: la directora de su escuela. Día a día, a conciencia, nuestros amos han ido construyendo en Grecia un nuevo paraíso laboral para el capitalismo.

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Copyright © Pedro Olalla 2016

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